viernes, 4 de enero de 2013

Carnaval de Riosucio: fiesta a un Diablo alegre y gozón



A Norman Alarcón, diablito luchador

Una de las características culturales de Latinoamérica es el sincretismo religioso, el cual se inició con la llegada de los españoles, quienes traían su Dios propio y se encontraron con dioses distintos del suyo y con unos aborígenes cuya religiosidad no tenía nada que ver con los ritos, íconos, símbolos y creencias del cristianismo. Pero, además de Dios, los españoles también trajeron al diablo.

Antes que el diablo de los colonizadores llegara a América ya tenía una larga y amplia presencia en la cultura europea, de donde provenía. El diablo europeo fue transformado por la cultura indígena de tal manera que resulta irreconocible. Indígenas y afroamericanos no encontraron obstáculos para adaptar el simbolismo cristiano a sus propias maneras de ver e interpretar su mundo. Es probable que no comprendieran del todo los nuevos símbolos, pero los adaptaron a sus necesidades.

El diablo, como personaje festivo, tiene presencia en casi todo el territorio colombiano; casi siempre aparece danzando y cantando. Lo han visto en ceremonias de la Semana Santa, en la fiesta del Corpus Cristi y en todo carnaval o fiesta popular que se realiza por estos lares. Entre las más reconocidas presencias de Lucifer en la cultura colombiana se destaca el Carnaval de Riosucio (Caldas) una verdadera muestra de tradición en donde la realidad se burla y se altera a través de la magia de la danza, el disfraz, la palabra, la poesía y la música.

Los orígenes de esta fiesta declarada Bien de Interés Cultural de la Nación, se remontan a la época de la Colonia, fruto de la enemistad entre dos pueblos: Quiebralomo Real de Minas, población mulata, uno de los reales de minas más ricos de América en el siglo XVI administrado por los españoles al servicio del rey de España, y La Montaña, pueblo indígena, los cuales luego de un siglo de confrontación y gracias a la intervención de dos sacerdotes católicos, quienes amenazaron a los habitantes de los dos pueblos con la condena eterna de seguir en guerra, acabaron compartiendo territorio, dando así el origen a la actual población de Riosucio.

Para sellar el pacto de paz entre los dos pueblos, estos se juntaron en las festividades de Reyes Magos en 1847, mutando hacia la fiesta del diablo, uno mestizo que se nutrió de las danzas ancestrales africanas, de los ceremoniales indígenas al sol y la tierra, de la tradición de los europeos que venían en busca de la libertad y que vieron en América, su paraíso.

El Diablo de Riosucio recoge elementos del diablo judeocristiano, pero conceptualmente no está ligado a la significación del Mal, pues él es el guardián de la fiesta. El Carnaval de Riosucio se inicia en julio con el Decreto de instalación de la República del Carnaval y culmina en enero, con el Testamento, despedida del jolgorio que se hace con el Entierro del Calabazo y la Quema del Diablo, con lo cual se da fin al embrujo del “guarapo” o chicha fuerte de caña y se acepta el final del reinado del Diablo… hasta el próximo Carnaval.

El Carnaval está regido por un gobierno soberano, compuesto por presidente, alcalde y funcionarios, autoridades que deben ser obedecidas por propios y extraños. Es el encargado de emitir leyes con disposiciones que decretan paz, fraternidad y alegría. Además del Gobierno soberano, la República del Carnaval tiene en el matachín, el decretero, el voceador, el abanderado, los cuadrilleros y los dirigentes de la cuadrilla juvenil e infantil, sus personajes principales, al ser ellos los hacedores de la fiesta.

El Carnaval de Riosucio tiene lugar cada dos años alrededor del seis de enero y se estructura como un extenso poema dramático escrito colectivamente por los “matachines” o carnavaleros de más honda mística y capacidad literaria. El eje de la fiesta es el Diablo, pero no se trata de un Diablo religioso, ni tampoco es una fiesta anticristiana. El Carnaval no toca la religiosidad de los hombres, pues este diablo es el espíritu bueno de una tradición centenaria y custodio simbólico de la fiesta. Se le erige como figura central para luego quemarlo, en actos ceremonialmente juguetones, resultado de dos años de preparación en busca de mantener viva la tradición de un pueblo que vive y vibra al ritmo endiablado de su Carnaval.

E-mail: jairosotohernandez@hotmail.com

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