Dedicado al Amigo transportador Pablo Carreño.
Siempre es igual. Los pasajeros que a diario
viajamos en los buses urbanos somos espectadores de un evento único, que
reafirma la condición “mágica” de
nuestra calidad ciudad.
El espectáculo de ver convertidos los buses
urbanos en escenarios sobre ruedas, por los que desfilan desde vendedores hasta
artistas, pasando por todo tipo de encantadores de serpientes, quienes con su
poder de persuasión, serían capaces de vender arena en el desierto del Sahara.
Todos forman parte ya, de nuestra cultura popular.
En los buses urbanos actúan todo tipo de
personajes, en el grupo de los comerciantes, se incluyen a todas aquellas
personas cuyo objetivo es lograr vender a los pasajeros algún artículo. Los más
famosos y frecuentes son los niños vendedores de golosinas, que pregonan con un
estribillo aprendido de memoria y repetido a gran velocidad “señores pasajeros, los dulces que acabo de
entregar se llaman (espacio reservado para publicitar la marca del
producto) tienen un valor de (regularmente el precio es inferior a 200 pesos,
dándole la oportunidad para que todos los consuman) este dinero, no es para vicios, lo utilizaré (dicen los niños) para ayudar a mi familia y pagar mis
estudios”. Vale la pena recordar que según nuestra Constitución Política,
los niños no deben trabajar y la educación es gratuita.
Otros vendedores particulares, son los de libros
y folletos, quienes haciendo gala de una vasta “cultura”, ofrecen a los pasajeros la posibilidad de tener un
verdadero resumen de las mejores enciclopedias, al irrisorio precio de 500
pesitos. Además, los vendedores de medicamentos como pomadas, ungüentos,
complementos vitamínicos, purgantes, laxantes y otros productos farmacéuticos, quienes
promocionan sus productos, hablando con propiedad del cuerpo humano, sus
fortalezas y debilidades, ofreciéndole al pasajero productos cuyas licencias de
fabricación son dudosas; pero que a tan bajo costo, tienen gran demanda.
Otro grupo popular es el de los artistas, estos
al comienzo, únicamente se acompañaban de una guacharaca para interpretar las
canciones, hoy cuentan con conjuntos uniformados de hasta 3 integrantes, los
cuales con caja, guacharaca y acordeón, complacen al pasajero con dos o tres
melodías vallenatas muy conocidas y en las cuales está incluido el saludo al
conductor y las gracias por dejarlos trabajar y de vez en cuando un verso
improvisado para la muchacha más atractiva, que ocasionalmente viaje en el bus.
Los pasajeros nos hemos acostumbrado de tal
manera al desfile de artistas, que inclusive en muchas ocasiones, le decimos al
conductor “Oiga cuadro párele a los
muchachitos esos, para que nos alegren el viaje”.
No podían faltar los personajes negativos del
bus urbano, ese grupo de hombres y mujeres que con el señuelo de los lentes que
se caen cerca del torniquete, roban el dinero a los pasajeros, o los ya famosos
“cosquilleros” especializados en
sacar de los bolsillos celulares o dinero, lamentablemente, ante la mirada
indiferente y falta de solidaridad de las personas que a diario utilizamos el
servicio del bus urbano. Las estadísticas de robos reflejan una alarmante
tendencia de ascenso en los atracos a buses este año.
El recuerdo más viejo que tengo acerca de los
personajes famosos en los buses urbanos, además, del de la vieja “cachiporra” popularizada por Aníbal Velásquez,
es el del ex-pelotero de la selección Atlántico, caído en desgracia y que por
los años setenta se subía a los buses con un periódico amarillento, implorando
caridad pública.
Todos somos conscientes que además del valor del
pasaje, hay que tener preparados otros $200 o $500 para compensar a estos “reyes del rebusque”. Con razón un amigo,
al regresar del exterior, no vaciló en afirmar “lo que más extrañe de Barranquilla, fue el ambiente que se vive durante
un viaje en un bus urbano”.