“…Cualquier persona sin conocimientos de la
geografía física y política del país, al pasar el muelle de Puerto Colombia,
creería que está en el pórtico, por decirlo así de un país adelantado…”
Charles
Emerson. Barranquilla en 1898
“La ingratitud humana no tiene límites”,
escribió nuestro Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez en la novela
“El Coronel no tiene quien le escriba”;
esta afirmación es la explicación justa cuando se trata de buscar la razón del
abandono en que se encuentra el legendario muelle de Puerto Colombia.
Barranquilla
es la Puerta de Oro de Colombia, dijo un ex presidente nacional para significar
que el progreso había entrado al país por esta urbe, pero en aras de la
exactitud no fue por Barranquilla por donde ingresaron al país los novedosos
aparatos que revolucionaban el mundo a finales del siglo XIX y primera mitad
del siglo XX, sino por Puerto Colombia a través del muelle de acero, hierro y
madera construido por el ingeniero inglés John Daugherty e inaugurado el 15 de
junio de 1893 y que posteriormente fue ampliado, reforzado y cubierto en
concreto armado por el también ingeniero inglés Joe Mathews.
El muelle de
Puerto Colombia, nombre con el que fue bautizado y que posteriormente adopto el
caserío que se levantó a su lado, elevado a la categoría de municipio del
Departamento del Atlántico el 24 de junio de 1905 y fundado por el cubano
Francisco Javier Cisneros, llegó a ser en su época, con sus 4300 pies de longitud
(1.311 mts), el 3er muelle más largo del mundo después de: El South End con
6654 pies de longitud y del South Port con 4405 pies de longitud, ambos en
Inglaterra.
Acerca del
muelle, escribió en 1898 el corresponsal del periódico de New York “El Journal”, Mr. Charles H. Emerson: “Es el muelle una araña inmensa de acero, que
entra al mar en una extensión de cuatro mil pies. En la punta terminal hallan
los vapores un calado de 26 pies y pueden atracar a él con facilidad los de
alto bordor, y cargar y descargar en cortísimo tiempo sin perjuicio de tiempo
perdido y deterioro o rotura de las diversas mercancías y efectos por el
excesivo trasteo”.
Al muelle
llegaban barcos de todas las nacionalidades trayendo productos que eran
conducidos a la ciudad de Barranquilla a través del Ferrocarril que partía del
mismo, y cuyas oficinas se ubicaban donde hoy funciona la casa de la cultura de
Puerto Colombia, hasta la Estación Montoya (ubicada al lado del edificio de La
Aduana) en Barranquilla; el ferrocarril contaba con 9 locomotoras, 174 vagones,
de los cuales 23 eran utilizados por los turistas que venían a disfrutar de los
balnearios de Salgar y Pradomar, atendidos amablemente en los famosos estaderos
de la época como: El Antilla (antiguo Capi Cedeño), El Esperia, El Estambul,
Atlántico y el Hotel Puerto Colombia.
Con el auge
del muelle, Barranquilla se convirtió en la ciudad más importante del país y en
pocos años su población creció geométricamente, esplendor que se reflejó en la
arquitectura monumental de sus edificaciones y en la cantidad de industrias y
comercios que se establecieron; pero, mientras Barranquilla crecía, sus
dirigentes pensaron en construir un muelle y los dos tajamares, que fueron
inaugurados pomposamente.
El muelle de
Puerto Colombia, entró entonces a esos rincones que el cerebro reserva para las
cosas de desuso y con su olvido dicho municipio fue perdiendo el lugar de
privilegio que tenía en la economía nacional.
Hoy, a pesar
del maravilloso espectáculo que ofrece el mágico paisaje de sus atardeceres, de
las olas tratando de treparse en él a través de sus pilotes y los majestuosos
pelicanos que revoloteando acompañan a los viajeros, el centenario muelle se
derrumba a pedazos ante la negligencia de nuestras autoridades departamentales
y distritales, quienes a pesar de saber que es un patrimonio histórico
nacional, no hacen esfuerzo alguno para que las nuevas generaciones puedan
admirar una obra cumbre de nuestro pasado esplendoroso; solo algunos enamorados
lo visitan para “anclar en sus pilotes
los recuerdos de un gran amor”, como bien lo dice la canción del maestro
Rafael Campo Miranda.